domingo, 14 de abril de 2019

Presentación del libro colectivo Evidencias de seis cuentistas venezolanos residentes en Panamá: Vicente Emilio Lira, Carolina Fonseca, Joel Bracho Ghersi, María Pérez-Talavera, Elizabeth Daniela Truzman, y Yoselin Goncalves.


Presentación del libro colectivo Evidencias
de seis cuentistas venezolanos residentes en Panamá: Vicente Emilio Lira, Carolina Fonseca, Joel Bracho Ghersi, María Pérez-Talavera,
Elizabeth Daniela Truzman, y Yoselin Goncalves.


Por Gonzalo Menéndez González












Ciudad de Panamá, Abril 2019









 “En algún lugar de un libro hay una frase esperándonos,
para darle un sentido a nuestra existencia”

Miguel de Cervantes Saavedra









Buenas tardes a todos, a los asistentes, a los que disfrutan el placer de leer un buen libro. Tengo el gran honor y por tanto, reto, de haber sido escogido por el escritor Enrique Jaramillo Levi para la presentación de este libro tan particular.

De acuerdo a la RAE:
Contar
Referir oralmente algo; confiar en poder disponer de alguien en caso de necesidad.

Exilio
Del lat. exilium. 1. m. Separación de una persona de la tierra en que vive. 2. m. Expatriación, generalmente por motivos políticos.





Tengo en mis manos un libro de cuentos, es decir, un universo oculto, un agujero negro que requiere que lo visite. Para ello, empiezo tratando de entender una portada de colores ocres con hojas mecidas de colores pasteles por el viento, o quizás, ¿por qué no?, unos pincelazos emulando plumas alborotadas. En fin, un misterio que solo se develará al llegar a la página final.
Un libro que se denomina Evidencias, pretende desde su mención, demostrar de forma concreta, un hecho. En nuestro caso, la buena literatura. Entonces me pregunto, ¿cuál es la evidencia, la prueba? Pareciera aludir a una pregunta de una conversación previamente iniciada. Algo así como, -sí, señor. Aquí está la prueba infalible. Aquí está la evidencia.
Y si quisiera especular un poco por el origen de la conversación hipotética, podría pensar que se trata de un escéptico, alguien con rasgos paranoicos o xenofóbicos que exige que se le demuestre que con los hermanos venezolanos llegan sus talentos, como muy bien apuntara el escritor Barrera Linares en el prólogo. (Ellos) Llegaron en situaciones diferentes, con mochilas (morrales en Venezuela) cargadas de sueños, de esperanzas, de temporalidad, y por supuesto, de esa capacidad de contar y transmitir que tenemos los latinoamericanos.
Inicio esta presentación con definiciones de dos palabras que resultan obligatorias: exilio y contar. Cada una puede representar un universo de conceptos o emociones para los que se alejan del suelo que los vio nacer. Y mientras más distante se camina, más se añora los pequeños detalles que condimentan nuestros días. En mi familia, la palabra exilio, pertenecía a mi padre. Era suya. Y así fue durante muchos años en mi cabeza, hasta que un amigo muy cercano, uno de esos a quienes se les puede llamar hermano o padre, durante una conversación política, como casi todas las que escuchaba de pequeño en casa, mencionó que el exilio no era suyo, sino de su familia…fue de adulto que comprendí aquello. Fue luego de un acto de reflexión profundo que empecé a entender el daño que se había inflingido a mis raíces, a mi legado. Panamá era el olor de la tierra mojada bajo un aguacero de abril, era salir a buscar iguanas en verano, cargado de un arma mortal, un biombo (china en Venezuela), cerca del Río Abajo. Era jugar con bolitas de cristal durante horas con los amigos de la calle, era recibir regaños de las madres de nuestros amigos, como si fueran las nuestras, o salir corriendo a recoger la ropa del patio de nuestra vecina, porque la lluvia se la va a empapar. Eran los marañones que manchaban la ropa, y que hoy parecen estar amenazados por una plaga, eran frutas, olores, baños en los ríos en verano, era gritarle en mi cabeza y agachado a los policías de la Guardia Nacional, aquello de “policía pata podrida, guarda el hueso pa´l mediodía…”, eso y mucho más era mi infancia. Y todo aquello se detuvo un día de octubre de 1968. Un golpe de estado lo cambió todo. Desde aquella noche en que debimos huir a escondernos en la casa de una vecina, intuí que no se me olvidaría jamás. Hasta esa noche duró mi infancia. Luego vendría mucho más: persecución política en cualquier parte del mundo en que nos encontrásemos.
Así ha podido ocurrir con nuestros invitados. No lo sé. Y no estoy seguro que quieran contarlo. Lo que sin duda es una enorme certeza para mí, es que con cada tropiezo, con cada oibstáculo, siempre supimos empinarnos. Y este libro, es un peldaño, y no pequeño, en esa cotidiana lucha entre aceptación y renuncia de lo vivido y el presente. Una evidencia del empinarse.
Pero, estimado y paciente público, también supimos encontrar el lado alegre, el lado esperanzador a las adversidades. Y es de ello que quiero hablar hoy. De ese lado brillante que está en cada uno de nosotros, y que aflora fundiendo viejos dolores, candente, rojizo, como lava ardiente y espesa que va abrasando los suelos y los alrededores. Ese lado brillante que es capaz de mantenernos, no sólo vivos, sino felices, aunque estemos en la superficie del planeta venus.
De esa sustancia etérea están constituidos los autores que hoy presentamos. Esos que han sobrepasado la tristeza, sin olvidarla, para darle una razón de ser a la vida, a los días, a los hijos que arrastran consigo, y que en algún momento comprenderán el alcance de la palabra exilio. No quiero extenderme en halagos insulzos, pero sí resaltar con una luz enceguecedora, que el esfuerzo y la necesaria adaptación a una sociedad diferente, es parecido a un parto que luego dará frutos. Ese esfuerzo personal permite a algunos, sobresalir, y mostrar que no solo no se está caído, ni vencido por las circunstancias, sino, por el contrario, muy erguido, rectilíneo, augusto, y dispuesto a mostrar, si fuese necesario, que en cada uno de ellos se coló una rica vida interior que permite contar historias, que permite que esas historias sean un universo de emociones. Y que quizás no sea urgente mostrar evidencias de talentos, porque esas pruebas, a veces, sobran.
A diferencia del prologista, y del editorialista, mis notas sobre los autores y sus obras, van signadas por el azar. Los cuentos. Sensualidad. Exactitud milimétrica en las palabras resaltan en la obra de Carolina. Sabe llevarnos de la cotidinidad a los rincones más profundos y reflexivos. Cada vez que entre a un consultorio médico, y deba acostarme en la camilla, estará conmigo, no ella, su historia de las buenas manos.
Goncalves es la más joven del grupo. Su literatura es madura. Sabe elegir los adjetivos y diálogos, y colocarlos magistralmente en su lugar, como si jugara dominó con la sapiencia de uno de los borrachos del Rincón de los aburridos, en Panamá. Es promisoria.
Casi como en una serie de novela negra, Vicente Lira, logra la desesperación que obliga a saltar de palabras en palabras hasta que sin remedio alguno, me obliga a saltar de oracióin en oración, obligándome a una práctica que detesto, y es buscar desesperadamente el final de la historia. Esa maestría se me parece a la que guardo en mis recuerdos de aquellos cuentos de misterios de Hitchcock los sabados en la noche, cuando ver televisión era también un misterio de infancia.
Pérez Talavera expone una literatura más tradicional que sus antecesores en el libro. Realista, cruda. A veces lenta y pesada, pero definitiva.
Las historias de internet y de los teléfonos celulares de Elizabeth nos dan una repentina bofetada de recuerdos. Aunado a las menciones de las reedes y a la redacción ligera sin adornos, casi coloquial, la autora roza con ligerezas los relatos y confidencias de los adolescentes. La primera arepa es dolorosa.
Joel Bracho, hijo de un amigo de un gran amigo, de uno de esos hermanos a los cuales hice mención previamente, por tanto, amigo también, llega a Panamá con las ansias de comerse al mundo, y ya se está digiriendo estos aires, las luces estridentes de seis de la mañana, las sales que empalagan los amaneceres de la avenida Balboa, y las veraneras que adornan con sus flores y espinas, el istmo. Bracho cuenta con la naturalidad necesaria para convertir un hecho simple, en una maravilla. Quizás un acto kafkiano. Una obsesión por llegar pronto al fondo de la reflexión, al mínimo costo para el lector. Conoce la maravilla de la brevedad. Sin duda alguna, su habilidad para urgar en lo más recóndito de nuestra conciencia, lo hace un escritor necesario.
Decía que hablaríamos también del verbo contar, que según la RAE tiene al menos, dos definiciones. En el caso de los autores en mención, se puede afirmar que son muy buenos contando historias fantásticas, otras realistas, breves en su mayoría, sensuales, profundas. Que me los imagino juglares de la antigüedad, transmitiendo historias de pueblo en pueblo. También podría afirmar que contamos con ellos como narradores del patio, que quién sabe, si terminen en nuestra tierra asentados como el más firme macano de nuestra campiña. Y sin duda, que Panamá, esta franja pequeña de tierras de encuentros, les extiende los brazos como en alguna ocasión, de forma muy desinteresada y amable, lo hizo con nosotros, la tierra de Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios Ponte y Blanco, el soñador. Por tanto, cuenten bajo cualquiera acepción, con nosotros.
Muchas gracias.



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